La guerra en las colonias: África, Asia y tropas olvidadas

La Guerra en las colonias: África, Asia y Oceanía vivieron combates y movilizaciones coloniales que marcaron el inicio del fin de los imperios.. ¿Lo sabías?

HISTORIA

5/8/20254 min read

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La guerra en las colonias: África, Asia y tropas olvidadas

Más allá de Europa, un conflicto realmente mundial

En el artículo anterior vimos cómo la guerra se expandió hacia nuevos frentes, desde las playas de Gallípoli hasta los picos de los Alpes italianos. Sin embargo, el conflicto fue aún más amplio. La Primera Guerra Mundial no fue solo una guerra europea: fue una guerra global. Y lo fue no tanto por la geografía de los combates, sino por la naturaleza misma de los imperios que la libraron.

Desde los primeros compases del conflicto, las grandes potencias trasladaron la violencia a sus posesiones en África, Asia y Oceanía, y reclutaron a millones de hombres de sus colonias para luchar por banderas que no eran las suyas. Algunos fueron llevados por la fuerza. Otros, con la promesa de derechos que nunca llegarían. Lo que está claro es que, en los márgenes del mapa, se libró otra guerra: menos conocida, pero igual de brutal.

África: un tablero de conquista imperial

África fue el primer escenario en el que se manifestó esta dimensión global del conflicto. Las colonias alemanas, repartidas por todo el continente, se convirtieron en objetivos militares de Francia, Reino Unido, Bélgica y Portugal desde el primer momento. Los combates comenzaron apenas días después del estallido de la guerra.

En el oeste, las tropas británicas y francesas tomaron Togo con rapidez. En Camerún, sin embargo, la campaña fue mucho más compleja: la densa selva, las lluvias interminables y la resistencia alemana convirtieron la guerra en una pesadilla logística. Pero fue en el este donde el conflicto adquirió una dimensión casi mítica: Paul von Lettow-Vorbeck, comandante de las tropas alemanas en África Oriental, llevó a cabo una guerra de guerrillas que mantuvo ocupadas a decenas de miles de soldados aliados durante más de cuatro años. Su ejército —compuesto en su mayoría por askaris africanos— sobrevivió sin rendirse hasta el final del conflicto.

Detrás de estas maniobras se escondía una realidad aún más dura: cientos de miles de civiles africanos fueron reclutados como porteadores, obligados a cargar suministros y municiones a través de terrenos intransitables. Muchos murieron de extenuación, hambre o enfermedades. En algunas regiones, como el África Oriental Alemana, se produjeron hambrunas masivas como consecuencia directa de la campaña militar. La guerra no solo se combatió con armas; también con el cuerpo de los invisibles.

Asia y Oceanía: el peso de los imperios lejanos

En Asia y el Pacífico, la guerra adoptó un rostro diferente, aunque igualmente imperial. Japón, aliado del Reino Unido desde 1902, entró en la guerra en agosto de 1914 con rapidez. Su objetivo era claro: ampliar su influencia en China y el Pacífico. En pocas semanas, los japoneses capturaron la base alemana de Tsingtao, en la península china de Shandong, y tomaron diversas islas alemanas en Oceanía, como las Marianas, Carolinas y Marshall.

Al mismo tiempo, los británicos movilizaron tropas de la India para luchar en frentes tan lejanos como Mesopotamia, Palestina, el Sinaí o incluso Gallípoli. Estos soldados —sijs, gurjas, musulmanes, hindúes— combatieron con valentía en climas y culturas ajenas, con uniformes pesados y suministros inadecuados.

En Australia y Nueva Zelanda, la guerra despertó un sentimiento patriótico que llevó a miles de jóvenes a alistarse en las tropas ANZAC. Aunque su acción más recordada fue el desembarco en Gallípoli, también participaron en campañas en el Pacífico y el Próximo Oriente. Muchos no volverían a casa.

Tropas olvidadas: luchas ajenas, heridas propias

A medida que el conflicto se prolongaba, las potencias comenzaron a trasladar tropas coloniales al frente europeo. Francia, especialmente, recurrió de forma masiva a soldados de sus colonias del norte y oeste de África. Argelinos, senegaleses, malgaches… combatieron en el frente occidental, en condiciones extremas y sin el reconocimiento que merecían.

Muchos de estos soldados eran tratados como carne de cañón. Se les asignaban tareas más peligrosas, se les negaba ascensos, e incluso tras la guerra fueron invisibilizados en los homenajes. El racismo impregnaba la estructura militar y social. Sin embargo, su paso por Europa dejó una huella profunda: el contacto con otras formas de vida, la experiencia compartida del sufrimiento, y la conciencia de su sacrificio impulsaron, años después, los movimientos de emancipación colonial.

Del mismo modo, Vietnam, Indochina y otros territorios asiáticos aportaron miles de trabajadores y soldados que participaron en la guerra desde la retaguardia o en tareas de mantenimiento. Sus nombres casi nunca aparecen en los libros de historia, pero fueron imprescindibles para sostener el esfuerzo bélico.

Semillas de cambio en un mapa herido

La guerra en las colonias no fue un simple apéndice del conflicto europeo: fue una parte esencial de su maquinaria. Las potencias usaron su dominio imperial para extraer hombres, recursos y territorio en nombre de una victoria que prometía mantener el orden colonial… pero que en realidad sembró el inicio de su descomposición.

La Gran Guerra dejó heridas profundas también lejos de Europa. Y en los años siguientes, muchos de aquellos soldados coloniales que volvieron a casa no lo hicieron con medallas, sino con preguntas. ¿Por qué luchar por una patria que no era la suya? ¿Qué sentido tenía obedecer a quienes los trataban como inferiores? Las respuestas no llegaron entonces, pero las semillas del cambio estaban plantadas.

En el próximo artículo volveremos al corazón de Europa, donde la guerra alcanzará un nuevo nivel de brutalidad. En Verdún y el Somme, el frente occidental se convertirá en un infierno sin salida, donde millones de hombres morirán por avanzar unos pocos metros. Una tragedia sin precedentes.

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