Verdún y el Somme: el infierno del frente occidental
Batallas de Verdún y el Somme: dos batallas que simbolizan la brutalidad de la Primera Guerra Mundial, con millones de muertos por escasos kilómetros ganados
HISTORIA
5/15/20254 min read


Verdún y el Somme: el infierno del frente occidental
Del mundo colonial al corazón del infierno europeo
En el artículo anterior exploramos cómo la Gran Guerra arrastró consigo a millones de personas más allá de Europa: soldados africanos en trincheras lejanas, tropas indias en Mesopotamia, japoneses en el Pacífico. Pero en 1916, el foco regresó con crudeza al corazón del continente. Ese año, dos batallas marcaron a fuego la memoria del siglo XX: Verdún y el Somme. No fueron simples enfrentamientos. Fueron abismos de carne, barro y acero, donde los ejércitos midieron su capacidad para resistir lo insoportable. Allí, la muerte dejó de ser un accidente de la guerra y se convirtió en su motor.
Verdún: matar al alma de Francia
En febrero de 1916, el alto mando alemán puso en marcha una operación cuyo objetivo no era conquistar territorio, sino provocar la hemorragia lenta pero constante del ejército francés. El plan, diseñado por el general von Falkenhayn, consistía en atacar un punto simbólico —Verdún, una ciudadela histórica en el noreste de Francia— y forzar a los franceses a defenderla a toda costa. “Hay que desangrar a Francia”, escribió. No importaba tomar Verdún: importaba matarla allí.
Durante nueve meses, el infierno se desató en un espacio de apenas unos pocos kilómetros cuadrados. Los bombardeos eran constantes. La tierra quedó tan removida por la artillería que los cadáveres se mezclaban con el barro y reaparecían cada vez que un proyectil removía el suelo. Los franceses, liderados por el general Pétain, organizaron una defensa desesperada. Su lema —“Ils ne passeront pas” (“No pasarán”)— se convirtió en un grito nacional.
La llamada “Voie Sacrée”, una carretera estrecha que conectaba Verdún con la retaguardia, se convirtió en una arteria vital: día y noche, miles de camiones y soldados circulaban sin cesar para mantener viva la resistencia. La logística, no el heroísmo, sostuvo la defensa.
Cuando el frente se estabilizó hacia diciembre, Verdún había costado más de 700.000 bajas entre muertos, heridos y desaparecidos. Francia resistió, sí. Pero quedó marcada para siempre.
El Somme: ofensiva desesperada, masacre británica
Mientras Verdún devoraba soldados franceses, los británicos y franceses planearon una gran ofensiva conjunta en el valle del Somme para desviar la presión. Pero cuando llegó julio, los franceses estaban demasiado debilitados y los británicos tuvieron que cargar con el peso principal del ataque.
El 1 de julio de 1916, a las 7:30 de la mañana, miles de soldados británicos salieron de sus trincheras para avanzar sobre las líneas alemanas. Iban en fila, caminando a paso firme, convencidos de que una semana de bombardeos previos había destruido las defensas enemigas. No era así. Las ametralladoras alemanas los esperaban intactas.
Ese día se convirtió en el más sangriento de la historia británica: más de 57.000 bajas en solo unas horas, 19.000 de ellas mortales. La ofensiva continuó durante meses, entre barro, lluvia, minas y desesperación. Fue también el escenario del primer uso del tanque en combate, aunque su rendimiento fue limitado, torpe y técnicamente fallido.
Tras casi cinco meses de lucha, el frente apenas se había desplazado unos diez kilómetros. Las pérdidas combinadas superaron el millón de hombres. La tierra quedó arrasada, y la moral de los soldados, enterrada con ellos.
La vida en el barro: trincheras, muerte y locura
Tanto en Verdún como en el Somme, la vida cotidiana era un tormento. Las trincheras eran zanjas fangosas llenas de agua, ratas, cadáveres y enfermedades. Dormir era un lujo, y la comida llegaba fría, cuando llegaba. Los ataques eran impredecibles, y la muerte, una presencia constante.
Muchos soldados desarrollaron lo que entonces se llamó “shell shock”: temblores incontrolables, insomnio, ansiedad, pérdida del habla. Hoy lo conocemos como trastorno por estrés postraumático. Pero en aquel momento, la mayoría fueron acusados de cobardía.
La guerra había dejado de ser épica. Era un mecanismo industrial de destrucción, donde la única táctica era resistir más que el enemigo. Donde las almas se erosionaban tan rápido como las trincheras.
Tecnología y muerte, una espiral sin freno
Verdún y el Somme fueron dos monstruosidades gemelas que definieron 1916. No cambiaron el curso inmediato de la guerra, pero sí alteraron su escala. A partir de entonces, las vidas humanas se contaron por millones, no por miles. El valor individual se diluyó en la estadística del desgaste.
Y aun así, los altos mandos no se dieron por vencidos. Si la artillería no bastaba, se buscarían nuevas armas: gas venenoso, tanques más eficaces, aviones de combate. La maquinaria debía seguir girando.
En el próximo artículo exploraremos precisamente eso: el salto tecnológico que transformó la guerra para siempre. Porque si Verdún y el Somme mostraron el infierno, las nuevas armas prometieron un camino aún más siniestro hacia la victoria.
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