Rusia se desmorona: revolución y el Tratado de Brest-Litovsk

La Gran Guerra: En 1917, el Imperio ruso colapsó. La revolución bolchevique sacó a Rusia de la guerra y firmó una paz humillante: el Tratado de Brest-Litovsk

HISTORIA

6/19/20254 min read

Primera Guerra Mundial frente oriental
Primera Guerra Mundial frente oriental

Rusia se desmorona: revolución y el Tratado de Brest-Litovsk

Cuando un imperio se rompe por dentro

En el artículo anterior vimos cómo la entrada de Estados Unidos en la guerra cambió el equilibrio del conflicto. Los Aliados ganaban fuerza. Pero al mismo tiempo, en el otro extremo del frente, uno de sus miembros más grandes y más frágiles colapsaba. Rusia, debilitada por años de derrotas, hambre y descontento, no solo abandonaría la guerra: se transformaría para siempre.

1917 no fue solo un año de guerra. Fue un año de revolución. El Imperio ruso, uno de los pilares del orden europeo del siglo XIX, se desmoronó en pocos meses. Y de sus ruinas emergió algo nuevo, inquietante y decisivo: el primer Estado comunista de la historia. El precio fue altísimo, tanto en el frente como en el mapa.

Un frente oriental insostenible

Desde 1914, Rusia había sido uno de los motores del esfuerzo aliado. Pero ese esfuerzo fue sangriento, desorganizado y, muchas veces, inútil. El ejército ruso, mal equipado y mal comandado, sufrió millones de bajas en campañas como Tannenberg o los frentes de Galitzia. Mientras los soldados morían, en las ciudades faltaba el pan, el combustible, la esperanza.

El zar Nicolás II decidió ponerse personalmente al mando del ejército, creyendo que eso reforzaría la moral. Pero lo único que logró fue asociar aún más su imagen con las derrotas. La retaguardia —las fábricas, los transportes, la agricultura— quedó en manos de una corte incompetente y de una monarquía cada vez más ajena al sufrimiento del pueblo.

En 1916 ya era evidente que Rusia no aguantaba. Y en 1917, estalló.

La revolución de febrero: fin del zarismo

En febrero de 1917 (marzo, según el calendario occidental), las protestas por el pan en Petrogrado se convirtieron en huelgas. Las huelgas en insurrección. Los soldados enviados a reprimir a los manifestantes se negaron a disparar. Algunos incluso se unieron a la multitud.

El zar abdicó. Tras más de 300 años, la dinastía Romanov se derrumbaba. En su lugar se instaló un Gobierno Provisional, liderado por Aleksandr Kerenski, que prometía una Rusia libre, parlamentaria, y... comprometida a seguir en la guerra.

Pero eso último fue un error fatal. El pueblo ruso no quería más promesas ni más batallas. Quería paz. Y quienes mejor supieron interpretar ese clamor fueron los bolcheviques.

Lenin regresa y la revolución de octubre

Desde su exilio en Suiza, Vladímir Lenin observaba los acontecimientos con atención. Alemania, interesada en desestabilizar a su enemigo oriental, facilitó su regreso a Rusia en un tren blindado. El objetivo era claro: agitar el caos interno.

Lenin no defraudó. Con el lema “Paz, pan y tierra”, conectó con los tres grandes malestares del país: la guerra, el hambre y el sistema agrario injusto. Mientras el Gobierno Provisional intentaba gobernar con palabras, los bolcheviques organizaban soviets, milicias y discursos.

En octubre (noviembre según el calendario occidental), los bolcheviques tomaron el poder en un golpe de Estado relativamente incruento. El Palacio de Invierno cayó. El nuevo gobierno soviético, liderado por Lenin y Trotski, tenía un objetivo inmediato: sacar a Rusia de la guerra, cueste lo que cueste.

Brest-Litovsk: una paz humillante

Las negociaciones con las Potencias Centrales comenzaron en diciembre de 1917 en la ciudad de Brest-Litovsk. Los alemanes, conscientes de su ventaja, exigieron un precio enorme por la paz.

Rusia debía ceder territorios inmensos: Polonia, Ucrania, Finlandia, los Países Bálticos. Regiones fértiles, ricas en recursos, estratégicas. Los bolcheviques debatieron. Algunos preferían prolongar la negociación, otros abogaban por una guerra revolucionaria. Pero Lenin fue claro: “hay que firmar la paz para salvar la revolución”.

El Tratado de Brest-Litovsk se firmó el 3 de marzo de 1918. Fue una de las rendiciones más duras de la historia moderna. Pero permitió a los soviéticos consolidar su poder... y provocó la indignación de muchos, desatando la futura guerra civil.

Para Alemania, fue un respiro: podía trasladar tropas del este al frente occidental. Para los Aliados, una traición. Para el mapa de Europa, un terremoto.

Un mapa roto, un futuro incierto

La retirada rusa cambió la guerra. Alemania ganó tiempo, pero no la ventaja definitiva. Los bolcheviques ganaron poder, pero a cambio de aislarse internacionalmente. Y Europa, una vez más, vio cómo sus fronteras se rompían a golpe de guerra y revolución.

La Rusia zarista había muerto. La Rusia soviética nacía entre escombros. En pocos meses, se convertiría en un actor clave del siglo XX.

Y mientras al este se reconfiguraban imperios, al oeste la guerra alcanzaba su fase final. En el próximo y último artículo de esta serie contaremos cómo, entre la ofensiva alemana de 1918, la respuesta aliada y el colapso austrohúngaro, el mundo llegó al armisticio… y a una paz que no sería paz.

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